Xabier Sáenz de Gorbea - La Práctica del Arte

María Alonso Páez pinta desde su más tierna infancia. Siempre acude a su práctica en los distintos momentos de su vida, pero no es sino hasta una edad adulta cuando ha podido dedicarse plenamente, a tiempo total. No cesa de trabajar, es constante y acude todos los días a su taller.

Salvando las distancias, su historia recuerda la de tantos otros autores que dejan las primeras profesiones, queman sus naves y se incrustan de lleno en el debut creativo. Es el caso de Gauguin y le ocurre también a Kandinsky, quien apuesta por el arte tras abandonar el campo del derecho y su puesto como profesor universitario.

Las personas que toman la actitud de dar el paso hacia la creación no pueden refrenar su impulso. Suelen ser artistas que se sitúan rápidamente en la innovación experimental y apuestan por una indagación lingüística sin límites.

Es comprensible. Tienen otras exigencias, distintas necesidades, diferentes urgencias y más conocimientos. María Alonso Páez da el salto, avanza etapas con avidez y se introduce en ese mar de incógnitas que es la pintura. Le interesa crear un universo emocional, cuya tensión psíquica está impulsada por la gravedad sonora de un interior telúrico que la conecta con el entorno.

Asume el ámbito de la abstracción. Hurga, indaga, experimenta. Afronta la materia, mancha, ilumina, matiza y modula. Todo es posible en la deriva adoptada. A la búsqueda de sí, se apodera del proceso. Siente, respira hondo, busca cobijo, se alegre y también padece. Un mar de embravecidas sensaciones.

El soporte es asaltado por gestos y colores de cadencias sordas. Una movilidad que da pistas sobre la bravura del ductus expresivo de María Alonso Paéz. Toda valentía, se entrega a lo por sentir. Adopta un destino que habita en lo incierto de una aventura con principio pero sin final. No es posible la planificación ni el método. Uno avanza y retrocede, pero sigue la marcha. El viaje no tiene punto final. No se sabe nunca cuando acaba. Se extingue cuando la indagación llega a ser extenuante y debe decir basta. Es el sentimiento quien dicta. Luego, la sensibilidad echa el resto. Más tarde viene la reflexión. Observa y se aleja. Otros días vienen y la batalla puede continuar. Siempre hay nuevas incitaciones y pueden depositarse otras pieles, distintos surcos, toques diferentes, costras, nebulosas, espolvoreos, texturas diversas. La acumulación es terrácea como la de un poso que va cayendo sobre el soporte.

Los límites son vagos e imprecisos. Rastrean la nada, el vacío y la soledad de un modo sideral y mineralógico.

Suele concentrar efectos en la zona central, como zonas salpicadas y erupciones a punto de crepitar. La superficie aguanta unos rastros que movilizan la mirada, la atrapan y la dejan imaginar, vibrar, sentir. Los bordes entre lo abstracto y lo figurativo se pierden en muchos trabajos. No hay compartimentos estancos. Huye de la súper autonomía plástica, se aleja del metalenguaje tanto como de la mimesis y decanta alusiones e incidencias. Reúne azar y control. Descarga las energías de rastros concretos y los funde con signos ambiguos. Aúna unos evanescentes chasquidos de luz y la más tangible textura.

La transformación es completa. Los distintos estados de la materia son suscitados y alumbran el sentimiento del imaginario. Así, los estímulos continúan, surgen del improviso y obligan a vigilar atentamente el ambiente creado.

La luz de lo etéreo, el chasquido de lo acuoso, el fulgor del fuego y la masa volcánica de la erupción forman parte de un cuerpo plástico que inunda el espíritu. Una totalidad viva en la que gobierna el sentimiento de un caos que la artista sugiere y trata de organizar. Una materia, unas formas y unos colores que va depositando en un estado de trance hipnótico. Como una médium firma el abismo y abre tránsitos.

Xabier Sáenz de Gorbea

Crítico de arte

Catedrático de historia del arte por la Universidad del País Vasco Asignatura - últimas tendencias artísticas